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Santa Mónica, madre de S. Agustín, obispo

Madre solícita y atenta, su mayor preocupación fue Agustín, el «hijo de tantas lágrimas», de corazón inquieto; ambicioso retórico que, en la búsqueda de la verdad, se aleja de la fe católica y vaga de una filosofía a otra. Mónica no deja de rezar por él y sigue todas las vicisitudes de su vida, intentando estar cerca de él. Por ello se traslada a Cartago y luego a Italia, cuando su hijo, docente de retórica, en la cumbre de su carrera, se va a vivir a Milán. Su afecto materno y sus oraciones acompañan la conversión de Agustín, que después de recibir el bautismo de manos del obispo Ambrosio, decidió volver a Tagaste para dar vida a una comunidad de siervos de Dios

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“Una sola cosa había por la que deseaba detenerme un poco en esta vida, y era verte cristiano católico antes de morir. Superabundantemente me ha concedido esto mi Dios, puesto que, despreciada la felicidad terrena, te veo siervo suyo.”

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